Ante la pregunta ¿Por qué me quieres? Sólo se puede responder mintiendo

PSICOLOGÍA | Mariano López.  Las neurosis en el amor

“La pregunta ¿por qué me quieres? sólo puede responderse mintiendo”

Docente e investigador, se dedicó a estudiar con una mirada psicoanalítica el fenómeno del amor, que siempre es sintomático, explica. “Lo que el otro encuentra en mí no es exactamente yo”, señala. El amor y la angustia, el amor ideal, el deseo y su falta, el amor en el análisis.
Por Oscar Ranzani
Imagen: Guadalupe Lombardo

Uno de los temas esenciales en la vida de cualquier ser humano es el amor que, según cómo cada sujeto lo experimente, puede ser el motor de empuje para lograr plenitud personal o bien transformarse en el mascarón de proa de un penoso naufragio sentimental. Motivo de charlas interminables entre amigos para entender la opinión de quienes se conocen de años, el amor siempre da lugar a un debate fecundo para desentrañar el actuar de la pareja de alguno/a de ellos/as. Es también el amor una de las palabras que más resuenan en el diván desde que el psicoanálisis se propuso indagar en el universo inconsciente de las personas. Pero, ¿por qué el amor es siempre sintomático para el psicoanálisis? El analista Mariano López señala a PáginaI12 que “eso es un descubrimiento freudiano que, hoy en día, tiene incluso toda su importancia política porque el descubrimiento de Freud consiste en que no hay una norma en cuanto al encuentro de dos cuerpos”, según explica este docente e investigador en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires de las materias Psicopatología, Clínica de adultos y Usos del síntoma. Miembro del Foro Analítico del Río de la Plata y de la Internacional de los Foros-Escuela de Psicoanálisis de los Foros del Campo Lacaniano (IF-EPFCL), López se dedicó a estudiar con rigurosidad analítica el fenómeno del amor, un tema convocante para cualquier individuo con sólo nombrar esa palabra de tan solo cuatro letras que puede dar lugar a una vida dichosa como también a dolorosos desequilibrios emocionales.

Parte de su investigación sobre “el” tema del ser humano –tal vez el más importante antes que la muerte– la plasmó en el libro que coescribió con la psicoanalista Cecilia Tercic en El deseo como destino. Acerca del amor y la sublimación (Ed. Letra Viva). Pero López también suele establecer su mirada psicoanalítica sobre el amor en las conferencias “El amor en las neurosis” de la materia Psicopatología de la Facultad de Psicología, que suelen ser muy concurridas todos los años y que son motivo de un aplauso colectivo al finalizar cada una de ellas. López retoma la idea de que el amor es siempre sintomático para el psicoanálisis: “Es un descubrimiento que Freud realizó justamente a partir de haberse encontrado con la variabilidad en los seres humanos de la elección, en principio, de su objeto amoroso. Los planteó en textos como, por ejemplo, Tres ensayos sobre teoría sexual. “Ahí Freud lo planteó como perversiones y se encontró con que no hay norma. Tampoco hay un objeto natural. Tal vez hoy en día decir: ‘No hay un objeto natural’ es algo que tiene su aceptación, pero en los tiempos de Freud claramente fue algo disruptivo. Que el amor sea sintomático, en principio, parte de que no hay un objeto adecuado para todos como especie. No hay eso. Sin embargo, hay algo que suple lo que no hay: lo podríamos llamar síntoma.”

–¿La elección de un objeto de amor es inconsciente o qué otros factores intervienen?

–Es siempre inconsciente. La pregunta por la determinación del objeto de amor es un clásico: “¿Por qué me querés?” Es una pregunta que sólo puede responderse mintiendo. Desconocemos cuáles son los motivos, las causas que hacen que cada uno elija un objeto distinto, aunque en algunos casos algo de eso puede situarse. Hay casos famosos, donde Freud pudo situar una condición erótica. Eso puede decir algo en cuanto a la elección del objeto, a que un cuerpo sea atraído por otro cuerpo. Después hay que distinguir al amor de eso. Una cosa es la atracción de un cuerpo por otro cuerpo y otra cosa es el fenómeno amoroso, en términos de decidir permanecer cierto tiempo con ese alguien al que nuestro cuerpo nos atrajo. 

–¿O sea que no se puede responder la pregunta acerca de qué es lo que hace que un sujeto se   enamore?

–Se pueden decir algunas cosas. En principio, hay determinaciones; es decir, que existe lo que Freud llamó “las condiciones de amor” y que son condiciones que se producen a partir de la fijación de la pulsión a algún objeto. Freud estableció condiciones de amor en términos reales, donde ubicamos particularmente la fijación de la pulsión. En términos imaginarios, también: Freud habló de las imago, por ejemplo, maternas y paternas. Y también en ciertos rasgos significantes. Es decir que sabemos que hay determinaciones del objeto de amor. La elección no es azarosa, pero el azar tiene un lugar en la construcción de esas condiciones de amor. Una vez que eso se establece, en la elección del objeto hay determinación, pero en la constitución de las condiciones de amor interviene el azar. Podemos decir algunas cosas respecto a las elecciones amorosas, pero el amor siempre es algo del cual no se puede decir del todo. No se pueden construir determinaciones absolutas. A eso me refería con que siempre hay algo del misterio del amor que se mantiene, incluso aun en el amor de transferencia. 

–¿Qué diferencia hay entre amar y estar enamorado, según el psicoanálisis?

–No sé si en el psicoanálisis tenemos una diferenciación formal teórica entre el fenómeno del amor y el estar enamorado. En general, se suele llamar enamoramiento a cierto primer momento en el encuentro amoroso. Y se suele usar la expresión del amor para algo que puede trascender ese momento donde se produce, tal vez, el efecto ilusorio de que hay complementariedad, que la elegida es la persona perfecta para uno, que no hay desencuentro. Evidentemente, para que el amor pueda trascender ese primer momento más ligado a la idealización se requiere que algo del síntoma del otro pueda soportarse e incluso, en cierta manera, ponerse en relación con el propio inconsciente.  

–Usted menciona el tema de la complementariedad y, en ese sentido, el mito de la media naranja no existe porque para el psicoanálisis no  hay complementariedad en una relación, ¿no?

–Para el psicoanálisis no hay complementariedad en ninguna relación. Eso tiene que ver con lo que me preguntaba anteriormente: ¿Por qué para el psicoanálisis el amor es siempre sintomático? Decía antes que es algo también político del psicoanálisis. Y me parece que hoy en día el psicoanálisis tiene una posición política en cuanto a sostener que el amor es siempre sintomático porque hay ciertas teorías y corrientes que, de alguna manera, plantean que el amor podría ser algo armonioso, en donde se pueda dialogar (algo que hoy está muy en boga) tranquilamente, sin pasiones, sin enojos. El amor no tiene mucho que ver con eso. En el amor, el desencuentro está presente todo el tiempo. El amor es el encuentro de dos seres irremediablemente distintos. Entonces, que no haya complementariedad es para el psicoanálisis una posición política que es enseñada por los analizantes a los analistas. Nosotros, los psicoanalistas aprendemos del amor fundamentalmente por nuestro análisis, pero también por lo que nos encontramos de nuestros analizantes. Entonces, que el amor sea siempre sintomático también implica esta idea de la no complementariedad. Ahí hay dos. Y algo fundamental para el psicoanálisis es que dos no hacen uno. Y el desencuentro es fundamentalmente el signo de que ahí hay dos. El desencuentro es siempre angustiante. Por eso, la angustia no es un fenómeno que hay que separar del fenómeno amoroso. Incluso, no es algo que el psicoanálisis combata ni elimine. La angustia tiene para los seres hablantes una función de orientación que nos sirve justamente para orientar nuestro deseo. El deseo no es algo que podamos decir: “Quiero tal o cual cosa”. El deseo no es articulable del todo en la palabra. Y la angustia puede servir para que alguien haga otra cosa que la que hace el neurótico porque éste frente a lo angustiante, a la angustia de castración, de lo que podría perderse, retrocede. Sin embargo, se podría hacer otra cosa distinta: como plantea Lacan, frente a la angustia se le pueda arrancar su certeza. Para los psicoanalistas, la angustia porta una certeza. Y es la certeza de que ahí hay algo que vale la pena. Lacan nos enseña que no engaña. En tanto afecto que no engaña, el ser hablante podría hacer otro uso de la angustia que no sea retroceder sino darle su valor, su sentido de orientación, más para avanzar que para retroceder. Y digo lo de la angustia porque el uso que hacen otras disciplinas de la angustia o lo que hacen con la angustia es intentar que desaparezca: medicar o sugestionar para que no haya angustia. Es lo que impera hoy en día: cuando hay angustia hay desencuentro y “Eso no va más”, “Hay que cambiar por otro objeto”. Es la lógica del mercado: cambiemos por otro objeto, fantaseemos con que hay otro que funciona mejor, nuevo modelo más afín con nosotros. 

–¿Cómo el análisis incide sobre eso? 

–Bueno, todo el dispositivo analítico está construido sobre la base de repartir dos lugares: el del analizante y el del analista. En esa repartición, el único sujeto es el analizante. Y para el lugar del analista queda el lugar de objeto. Esto quiere decir que es colocado ahí, solito, por el analizante. Es lo que Freud llamó la dinámica de la transferencia. El analista queda en el lugar de objeto, como en cualquier otra relación, sólo que el analista soporta ese lugar. Encarnar ese lugar de objeto permite que el analizante, en ese contexto de la transferencia, pueda desplegar todas sus fantasías y todas sus repeticiones. Y no es a partir solamente del relato. Freud descubrió que ese otro registro en donde transcurre un análisis no es el del relato sino del plano que se actúa con el analista, de lo que se actúa sin saber con el analista. Entonces, Freud dijo que el analista puede maniobrar con la transferencia, incidir en eso que se repite. Es incidir por el acto mismo del analista en algo que está ocurriendo en ese momento con él. Ningún objeto va a satisfacer del todo, pero eso no quiere decir que alguien no pueda elegir un objeto mucho más satisfactorio que otro.¿Cómo el análisis puede incidir sobre eso? Porque esas insatisfacciones se reiteran con el analista, porque al ser esas condiciones de amor repetitivas el analista entra dentro de la serie y se convierte en un objeto más con el cual el analizante repite. Entonces, el espacio fundamental para poder intervenir y cambiar algo de esas elecciones, en las cuales el sujeto padece, se produce a partir del fenómeno transferencial, que es esa repetición en acto que ocurre con el analista y que Freud llamó neurosis de transferencia. El dispositivo analítico monta un artificio que luego es fundamental que se desarme. Por eso Freud decía que el analizante se va a enfermar también del analista. El analista va a ser un elemento más de esos síntomas. Lacan luego dijo que eso es la otra mitad del síntoma. Y eso es lo que hace que pueda tener alguna incidencia.      

–¿Qué lectura puede hacer sobre el amor ideal que sienten algunas personas o sobre la idealización del amor?

–Lo que pasa es que la idealización del amor varía con el tiempo. ¿Cuál es el amor ideal? ¿Es estar toda la vida juntos y llegar a viejitos juntos? No sé si hoy es esa la versión imperante del amor ideal. Primero habría que ver si hoy en día el amor está tan idealizado. Sin duda, tiene un lugar fundamental, pero esa versión del amor para toda la vida no sé si hoy está tan idealizada. Me parece que hoy hay algo más de los encuentros, el “hasta que dure”, “hasta que funcione”. Hay algo de la temporalidad en relación a los lazos amorosos que ya es distinta, incluso jurídicamente: la gente puede separarse, volver a juntarse… Por eso, hay algo del amor ideal o del ideal del amor que va cambiando de acuerdo a los tiempos aun cuando uno no se lo proponga sino que estamos siempre bajo ciertos discursos que nos determinan y hacen que nuestras elecciones respondan a algo como los ideales de una época, de un momento. Tal vez hoy en día estamos en crisis con los ideales.

–¿Siempre hay un amante y un amado o se puede revertir esa polaridad?

–No siempre. Lacan habló de la metáfora del amor, en donde lo que el amante demanda es hacer de sí el amado. Entonces, la metáfora del amor para Lacan es que esos lugares se inviertan. No necesariamente en las relaciones uno es el amado y otro es el amante sino que esos lugares cambian, rotan.  

–¿Por qué cree que es posible que haya parejas que duren muchos años a pesar de la falta de deseo?

–Tal vez no es porque hay falta de deseo, porque ¿qué quiere decir que hay falta de deseo? ¿Qué hay falta de deseo sexual entre ellos?

–Por ejemplo.

–Lo que pasa es que el deseo es algo que el neurótico sostiene fundamentalmente en la fantasía. Entonces, una pareja podría no tener encuentros sexuales y eso no quiere decir que el deseo no esté presente. Justamente, hay que distinguir el deseo del acto. Puede haber muchísimo deseo sexual, pero un deseo sexual que pase por la mente, por la fantasía, incluso por los síntomas mismos. Para el psicoanálisis, el síntoma es algo que encarna el deseo, donde el deseo se encuentra presente. El neurótico es un ser altamente deseante, pero justamente la dificultad que tiene es la de poner ese deseo en acto, en eso que le interesa. Entonces, una pareja podría permanecer muchísimo tiempo junta por muchas razones, pero no quiere decir que el deseo no esté presente. Este puede estar en otros lugares, en otras cosas, con otros, pero fundamentalmente en el campo de la fantasía. La particularidad del neurótico es que su posición en el deseo es la fantasía y su dificultad es poner en acto algo de eso.     

–¿Cualquier sujeto puede amar a una persona y desear a otra?

–Eso lo ubicaría en la estructura psíquica del obsesivo. En el texto Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa Freud planteó fundamentalmente eso en el hombre. Entonces, está la división entre la mujer amada y la puta. Amar a una y desear a otra es una problemática que yo pondría del lado del obsesivo. 

–¿Cuál es la diferencia entre el objeto de amor y el objeto de deseo?

–La diferencia fundamental es que el objeto de amor es un objeto total. En cambio, el objeto de deseo para Lacan es lo que llamó objeto a, que ya no es un objeto total, sino parcial. Esto trae múltiples consecuencias. En principio, la diferencia entre el objeto de amor y el objeto de deseo hace que ya, en términos de deseo, uno ame en el otro algo más que el otro, algo que no es exactamente así como “mi mujer, sus características, sus particularidades”, sino algo más cercano a un rasgo. Además, ese objeto de deseo, a diferencia del objeto de amor hace que el otro se vuelva un poquito menos especial porque “como amo en el otro algo más que el otro” no es exactamente que “lo amo a él y no podría amar a ningún otro en el mundo” sino que “yo podría amar a otros”, en tanto otros podrían encarnar ese objeto que es una condición más propia que una particularidad del otro. Lacan decía que el objeto a es generalizable. El generalizable es opuesto a la característica de uno, solo, único, singular, especial. Que además es lo que Lacan llamó “El callejón sin salida del amor”. Y es que para ser amado hay que ser deseado. Pero cuando uno es deseado queda reducido a ese objeto. Eso puede hacer que alguien que es amado también se angustie. Por eso, tal vez hay algo del amor que desafía un poco el narcisismo. Es la paradoja del amor: uno va en la búsqueda del encuentro amoroso para encontrar cierta consistencia para el propio ser, ser algo para el otro, ser reconocido por el otro, y eso, en general, falla. Justamente, no falla porque algo esté mal, porque algo en la pareja no funcione sino que falla porque hay algo estructuralmente fallado. Y tiene que ver con algo que empezamos hablando: el amor es siempre sintomático. Y como es siempre sintomático, lo que el otro encuentra en mí no es exactamente yo. Entonces, yo no encuentro demasiada consistencia en eso sino lo contrario: más bien me desarma. Y por eso puede angustiarme. Decía que es paradójico porque uno cree que va a “ser para el otro”, “que el otro me reconozca”, y cuando pasa el tiempo del enamoramiento se van cayendo las máscaras del amor. Y uno se va encontrando que uno no es único, especial, que hay desencuentros, que el otro no completa.   

–¿Qué diferencias podría señalar finalmente entre el amor de un neurótico y el de un sujeto que pasó por la experiencia del análisis?

–Un análisis abre la posibilidad de curarse de la enfermedad neurótica, esto es de devolverle a quien lo emprende la chance de tomar otra posición frente a las elecciones que más le conciernen. Allí donde Freud descubrió que en la causa del síntoma está el elegir no elegir, su invención reabre la oportunidad de elegir con la consecuente pérdida que implica ese término. Pero no sólo de pérdida se trata la elección sino también de la ganancia de una satisfacción más directa, menos costosa que las vueltas metonímicas por los equívocos significantes que ocurre cuando el hombre traiciona su deseo. Saberse objeto, con todo lo que esto implica, saca al neurótico de su indeterminación y produce, entre otras cosas, que deje de esperar recibir su ser del Otro. La pregunta que se impone es: si el amor es justamente el intento de dar consistencia al ser por la vía de ser para el Otro, ¿cómo pensar el amor de un sujeto tratado? ¿Es que el sujeto que ha concluido su análisis ya no ama? No parece ser la liquidación del amor la perspectiva que Lacan tiene del fin de análisis. Un análisis debiera servir para dar un asomo de vida al amor, amor que en el Seminario 21 es caracterizado como un medio-decir, o más bien como dos medio-decires que no se recubren, como la conexidad entre dos saberes en tanto que ellos son irremediablemente distintos. ¡Irremediablemente distintos!

FUENTE: Página | 12

PSICOLOGÍA  Por Oscar Ranzani

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