Nuevas masculinidades
Nuevas masculinidades, a la luz del caso Juanito
Manuel Montalbán Peregrín
Crisis de la masculinidad
La discordia de los sexos tiene en la actualidad diversas presentaciones. Aunque con un desarrollo más reciente que otras líneas de trabajo, la pregunta por “qué pasa hoy con los hombres” comienza a ser incluida también en los estudios de género. Las investigaciones sociológicas y antropológicas acerca de la masculinidad contemporánea surgen fundamentalmente en la última década del pasado siglo, y reflejan el interés por aclarar lo que autores diversos ha venido en llamar la “crisis de la masculinidad”, como resultado indirecto de la extensión de los movimientos feministas y de liberación de los colectivos LGBTI.
Se trata de toda una serie de cambios sociales profundos que están modificando la subjetividad de la época en la manera de comprender la concepción del género y la propia diversidad sexual, a pesar de las reacciones de rechazo y nostalgia de dominio de los que se sienten amenazados. Esta crisis implica el cuestionamiento de la hegemonía de las virilidades clásicas, y pone el foco en el desarrollo de expresiones alternativas, alejadas de la consideración universal de los valores patriarcales (Conell, 2005). Masculinidades que se califican como progresistas o pro-feministas, y que se consideran vías necesarias para asentar la transformación social en marcha (Digby, 1998).
Declive viril, declinación del padre
También en esto, la enseñanza de Jacques Lacan tiene valor de anticipación, conectando la crisis de lo viril con la declinación social de la imago paterna. Freud ya había desarrollado ideas novedosas sobre la comedia de los sexos y así, en un temprano texto de 1908 sobre el aumento de la nerviosidad, y su relación con la moral sexual cultural, Freud describe el fracaso como hito civilizador de la conyugalidad, y cómo la doble moral supone una salida para la sexualidad masculina, frente al férreo control que seguía ejerciéndose respecto a la de las mujeres. El debilitamiento del padre es correlativo a los importantes cambios económicos, sociodemográficos, tecnológicos, etc., que se gestan desde mediados de 1700, y se suceden durante el siglo XIX, eclosionando en las expresiones históricas, de carácter global, inéditas del siglo XX. Todo ello afectará de manera notoria a la estructura familiar contemporánea. Lacan entra en la cuestión del padre en psicoanálisis a partir de una observación temprana que hace de su declive, y que estará presente ya en 1938, en su texto sobre los complejos familiares. Podemos rastrear a lo largo de su obra la deconstrucción del síntoma de Freud: salvar al padre, que en su caso anudaba sujeto y Zeitgeist. Desde un comienzo, Lacan apunta a la reducción del personaje del mito edípico a su condición de función, como significante del Nombre-del-Padre. En el Seminario 4, La Relación de Objeto, Lacan toma esta senda, la de la necesidad absoluta del simbolismo llamado significante para comprender algo, lo que le permitirá reinterpretar el caso Juanito de Freud, y superar así ciertas vacilaciones freudianas que, sin embargo, no restan un ápice de valor a la riqueza de las observaciones originales.
Con Juanito
En su análisis del caso, Lacan habla de una tensión entre la carencia del padre y su hiper-presencia, que determina un tipo particular de comparecencia en la escena familiar: es demasiado humano, demasiado gentil, con cierta bulimia comprensiva e interpretativa del decir y el hacer de su hijo. Una figura lejos de la condición edípica prototípica del padre de la ley, y de la definición que ofrece en el siguiente Seminario, el 5, sobre las formaciones del inconsciente: el padre es un significante…que sustituye a otro significante. Juanito llega a demandarle: “tienes que enfadarte, has de estar celoso”, de su relación con la madre; demanda de una cólera, que quedará carente, y nunca se expresará en lo real, a lo que tampoco es ajeno el tipo de anudamiento sintomático con esa mujer como partenaire. Sin embargo, frente a ello, el padre hace gala de un intervencionismo manifiesto, no siempre muy atinado, y que, en ocasiones, obligará al pequeño Juanito a recurrir al sentido del humor para hacerlo más llevadero, y eficaz para la causa en la que se encuentra comprometido. Incluso en un pasaje de La instancia de la letra, escrito coetáneo al Seminario en cuestión, Lacan afirma que Juanito está dejado en banda, a los cinco años abandonado por las carencias de su medio simbólico. Ese es el problema, y no la fobia, que Lacan resitúa como costosa solución a esa carencia de los medios simbólicos necesarios.
En Donc, Jacques-Alain Miller nos aclara que cuando el Nombre-del-Padre prototípico no está disponible, al niño no le queda más remedio que indagar en su espacio, en el discurso que comienza a serle familiar, para encontrar un recambio, un Nombre-del-Padre propio, a la carta, lo que deconstruye, al tiempo que ilustra, la salida del Complejo de Edipo. La pluralización de los Nombres del Padre, que desarrollará posteriormente Lacan, está ya servida en estas páginas dedicadas al pequeño Hans.
El último mundo nuevo
Lacan hace a Juanito paradigma de un modo de ir a las relaciones sexuales, que comienza a distinguirse en la posguerra europea. No podemos olvidar tampoco que los padres de este niño eran seguidores de Freud en la Viena de principios de siglo. Sobre todo, el padre (la madre, aunque fue paciente de Freud, se decantará por Adler en los conflictos intestinos que estaban por llegar) sigue las indicaciones del inventor del psicoanálisis de realizar observaciones del crecimiento de sus hijos. Entre las recomendaciones que circulan está el ensayo de crianza de los vástagos permitiendo que expresen las distintas manifestaciones sin más coacciones que el respeto a ciertos usos y buenas costumbres.
Al referirse a la heterosexualidad “pasiva” de Juanito, Lacan evoca, y Miller nos lo recuerda y desarrolla en su exquisito Buenos días, sabiduría, cómo el caso entronca con el escenario que dibujaba irónicamente Kojève en su mundo nuevo privado de (verdaderos) hombres, en referencia a los best sellers de Françoise Sagan, Bonjour tristesse y Un certain sourire. En este “último nuevo mundo”, lo viril se desviriliza al ofrecerse a la mirada, como mercancía; hombres encantadores, prevenidos, en cierta medida, que esperan que la iniciativa venga del otro lado. Andrés Ortega, en una nota en El País en 1992, aclara que, diríamos con similitudes al futuro anterior lacaniano, Kojève considera que el tiempo histórico no discurre del pasado hacia el presente para llegar al futuro, sino que parte del futuro para, a través del pasado, llegar al presente: época del saber absoluto y del igualitarismo democrático. Miller acota que «el derecho para todos» difumina las diferencias, y hace lo propio también con lo femenino, ofreciendo a las mujeres la masculinización homogeneizante como vía privilegiada. El final de la historia es efectividad en movimiento, y el porvenir está jugado desde la Revolución francesa y Napoleón.
Pero cualquier intento de reedición de la clásica virilidad queda también en patética evidencia, mascarada masculina actualizada hoy en día por la paradójica reunión de desvirilización del mundo y de extensión del paratodeo. En estas coordenadas, al ideal viril lo releva el consuelo del plus-de-gozar frente al eclipse simbólico, y no lo femenino, en sentido lacaniano.
En ambas novelas escritas por Sagan, las protagonistas, con masculina indiferencia, señala Kojève, se relacionan con hombres jóvenes que se dejan hacer, tratados como juguetes amorosos, sustituibles, y, sobre todo ello, el recurso al amor al padre, su sostén activo pero circular, también en la figura del amante maduro. El Hollywood clásico representaba ya en la pantalla los previos de estas nuevas masculinidades como el “hombre en batín” de la comedia romántica, sin mucho empuje, esperando a ser elegido “esposo fecundo”. En general, estas nuevas modalidades de encarnar al hombre tienen sus dificultades para sostener ciertas funciones de anudamiento con las relaciones amorosas y la paternidad (voluntad de ser más amigo o compañero que padre, con tendencia al autoritarismo, confrontado a ciertos momentos decisivos). Sin embargo, este detalle clínico tan ilustrativo como signo de época, la distancia entre elección de objeto heterosexual y virilidad, o entre sujeto paterno y función simbólica, no será sin consecuencias y marcará cuestiones de gran transcendencia en la clínica de la masculinidad contemporánea. Así, Lacan habla de un Edipo “imperfecto” en Juanito, y de una lógica fálica algo “faltante”, y se pregunta si la posición genital, por sí sola, será suficiente para asegurar que las relaciones con las mujeres serán en el futuro todo lo que uno pueda imaginar cómo “lo más deseable”.
¿Héteros?
Para el psicoanálisis no se trata de alentar la nostalgia por el padre, sino de ir más allá del Edipo y de considerar al padre como síntoma, pero estando advertidos de las consecuencias sobre las nuevas expresiones de lo viril en relación con la sexuación y la distribución de los goces. Juanito muestra incluso, en las observaciones que cumplidamente relata Freud, lo que Lacan llama “una madurez precoz”, pues la manera en que vive sus relaciones con las niñas tiene ya todas las condiciones de una relación avanzada. Se torna así en una especie de feliz seductor, hasta cierto punto tiránico, una especie de “Don Juanito”. Tenemos la heterosexualidad como resultado de todo el proceso, pero marcada por su forma de entrada en la estructura libidinal, con un fuerte estilo narcisista. Amará a las mujeres, sí, afirma Lacan, pero vinculadas, en su caso, a la puesta a prueba de su poder. En las últimas páginas del Seminario, hay también unas palabras sobre Don Giovanni, quien ama a las mujeres, en el sentido de búsqueda de la mujer fálica, y acaba encontrándola, de manera inesperada, junto a su destino, bajo la forma siniestra del padre asesinado, convidado de piedra.
Prevé aquí Lacan muchos de los desarrollos de su última enseñanza cuando distingue dos lógicas de la sexuación diferentes, del lado hombre y del lado femenino, o cuando diferencia héteros vs. hommosexuado (hombre-sexuado, de la lógica hombre), y define al hetero como aquel sujeto, hombre o mujer, que gusta de las mujeres, de lo radicalmente otro, y no se conforma con que las mujeres ocupen su lugar en el cómodo fantasma masculino. Cualquier Juanito que se precie se las tendrá que ver con ese goce hétero que, inefablemente, dirige a la confrontación entre sexualidad femenina y sujeto del inconsciente, como tapón de la inexistencia de proporción sexual.
Referencias:
Connell, R.W. (2005) Masculinities, University of California Press, Berkeley.
Digby, T. (Ed.) (1998) Men Doing Feminism, Routledge, New York.
Freud, S. (1980/1908). “La moral sexual «cultural» y la nerviosidad moderna”, En Obras Completas, Vol. 9, Amorrortu, BsAs.
Kojève, A (1956), “Le derniere monde nouveau: Françoise Sagan”, Critique, 111-2, 702-708.
Lacan, J. (1978/1938) La Familia, Argonauta, Barcelona.
Lacan, J. (1976) “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”, Escritos I, Siglo XXI, México.
Lacan, J. (1999) El Seminario, libro 5, Las formaciones del inconsciente, Paidós, BsAs.
Lacan, J. (2007) El Seminario, libro 4, La relación de objeto (1956-57), Paidós, BsAs.
Lacan, J. (2012/1972) “El atolondradicho”, en Otros escritos, Paidós, BsAs.
Miller, J.-A. (1996) “Buenos días, sabiduría”, Colofón, 14.
Miller, J -A. (2011) Donc, La lógica de la cura, Paidós, BsAs.
Ortega, A. (1992) Historia y fin de Alexandre Kojève, Sección de Opinión de El País, 9 de junio, (Disponible en internet).
FUENTE: Jornadas Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. La discordia entre los sexos