Nuevos síntomas Escarificaciones

PSICÓLOGOS

Nuevos síntomas:  heautóntimoroúmenos.

Allons’z enfants: la crónica de Daniel Roy


«¡Yo soy la herida y el cuchillo!

¡Soy la bofetada y la mejilla!
¡Soy los miembros y la rueda!
¡Y la víctima y el verdugo!»
Charles Baudelaire, «Heautóntimoroúmenos»

 

En 1987, el doctor Armando Favazza, psiquiatra americano formado en los cultural studies, describe en su obra de referencia, Bodies under Siege: Self-mutilation and Body modification in Culture and Psiquiatry, el caso de una joven de 17 años que se había «cortado» una centena de veces, sin ningún otro síntomas según sus afirmaciones, y gracias a lo cual él había captado que eso no era un «equivalente suicida» como se había creído hasta entonces, sino, como él escribe, una práctica de «self-help».
 
Parece que estas prácticas se instalan entre el público adolescente de los Estados Unidos a partir de 1.990 y se propagan de manera epidémica a partir de 1.996 en Europa y en América del Sur, con la confesión de personalidades como Johnny Depp o Lady Di, y la creación de numerosas webs de usuarios en la red.
 
Así es como aparece una forma inédita pero enigmática de síntomas en la población adolescente, en forma de cortes que el sujeto se inflige sobre zonas corporales bastante específicas -esencialmente el antebrazo, el interior de los muslos, el vientre.
 
Estos cortes tegumentarios se realizan generalmente con cuchillas de afeitar, precedidos o acompañados de arañazos con las puntas de un compás. A estos arañazos y cortes se les ha designado con el término «escarificaciones». Generalmente se ocultan al entorno y obedecen a una fuerte tensión experimentada por el sujeto en los momentos de mayor dificultad, de mayor malestar. Deben lograr una hemorragia, que proporciona entonces un apaciguamiento inmediato, pero momentáneo, que conduce a una repetición a menudo frenética, y que puede desembocar en la formación de heridas extremadamente importantes y nocivas. Los sujetos viven esta práctica como una automedicación benéfica frente a un malestar invasivo, por tanto, como una solución.
 
Un joven sociólogo, Baptiste Brossard, ha escrito una obra apasionante sobre estas prácticas de escarificación, Herirse a sí mismo. Una juventud autocontrolada (1), después de haber participado en las webs de los usuarios, y encontrarse con algunos jóvenes con quienes ha podido conversar. Las regularidades que localiza son muy ilustrativas para orientarnos en la recepción de estos síntomas.
 
Si nos paramos sobre el acto mismo y sus proximidades, siempre hay un elemento desencadenante que produce una situación de malestar y que resuena con una posición del sujeto en la familia («soy el perro de todo el mundo») con una exigencia o una espera incumplida.
 
Este malestar se ha caracterizado por una invasión de pensamientos, una angustia extrema, un «me siento vacío, nulo», una vergüenza de sí mismo, un «voy a explotar, fundir los plomos», la sensación de estar en prisión en el interior de uno mismo.
 
Frente a esto, el sujeto está desprovisto y no puede apoyarse en pequeñas cosas habituales, en sus «socializaciones primarias» como dice el autor: llorar, hacer deporte, escribir, comer; diríamos que ya no consigue recurrir a los primeros anudamientos entre el Otro y el cuerpo.
 
Es en ese momento, momento en el que se experimenta el abandono del cuerpo por el Otro del lenguaje, el Otro de la consideración, el Otro de la demanda, y donde el sujeto está confrontado sin mediación a «la cosa de más», cuando se efectúa el corte o la quemadura, sobre el tegumento. El cuerpo sufre el ataque ahí donde el goce bruto, no localizado, ya no encuentra salida.
 
Así, cuando faltan todas las salidas reguladas y son impracticables, «no estando ya la castración simbolizada, busca realizarse en lo real» (2). Lo real no es aquí el cuerpo sino la propia carne y, hablando con propiedad, la dimensión del cuerpo solo se encuentra en el eje imaginario, ligada a otros cuerpos que sufren el mismo ataque, de ahí el carácter pseudo-epidémico de estos trastornos. Un joven, al que he acompañado mucho tiempo y con el que buscaba cómo le había surgido la idea de esta práctica, aunque decía que «simplemente se le había ocurrido» (lo que es una expresión precisa) se ha acordado de haber visto el año anterior a una chica de su clase arañarse el brazo con su compás y no haber comprendido de qué se trataba. Conviene señalar que es esta misma chica la que se había dado cuenta de que él se escarificaba y había alertado a la enfermera escolar.
 
Después del acto, hay a la vez dolor y bienestar, lo que representa para el sujeto el cese del proceso insostenible en el que estaba comprometido. La subjetividad puede apoyarse sobre el puro ataque del corte y sus efectos. «Me duele, sangro, me siento mejor, hay que esconder esto»: aquí está lo que firma el retorno del cuerpo en el campo de la subjetividad y el lazo con el Otro.
 
Las diferencias se establecen a nivel de la repetición del acto: o los cortes que siguen a la «primera vez» son puras iteraciones que se inscriben en lo ilimitado, o el carácter de «repetición» en el sentido freudiano del término está en primer término y los siguientes se viven siempre en pérdida en relación a la primera. Esta diferencia se capta al compartir experiencias en los foros de internet en el momento en el que chicas y chicos hablan juntos de la cuestión técnica: cómo hacer bien las cosas; lo que es limpio y lo que es sucio; castigarse lo que sea necesario, pero no más. Hay todo un debate que da forma significante a «la cosa» y allí se leen, o no, las llamadas a la presencia y/o a la intervención posible de «otro» que vendría a interferir entre el sujeto y su acto.
 
Este punto se confirma con la lectura de los testimonios: cuando hay una interrupción verdadera de esta práctica, es siempre en relación al encuentro con alguien de carne y hueso. Es en este punto donde se hace la repartición entre, por una parte, los sujetos que se apoyan sobre esta encarnación del Otro -como «el hombre enmascarado» de la obra de Wedekind, El despertar de la primavera (3)- y, por otra, aquéllas y aquéllos que deben inventar montajes singulares para mantener a distancia esta práctica que se ha incorporado a sus cuerpos en la adolescencia para localizar un goce fuera de sentido, sobrante.
 
Cuerpos escarificados sacrificados a los dioses oscuros de la pubertad y del goce nuevo que asedia a los cuerpos.
 
Traducción, Fe Lacruz
 
 
N de T: Allons z’enfants es un filme de Yves Boisset de 1.981 (adaptación de una novela de Yves Gibeau de 1.952) y cuyo argumento gira en torno a la historia de un joven atraído por la Literatura y el Cine, profundamente antimilitarista, y que es obligado por su padre a entrar en una escuela militar sufriendo las humillaciones de sus superiores, viéndose sorprendido por el comienzo de la Segunda Guerra mundial.
 
1 : Brossard B: Se blesser soi-même. Une jeunesse autocontrolée, Paris, Alma, 2014.
2 : Miller J.-A.: Casos raros : los inclasificables de la clínica. La Conversación de Arcachon; ed. Paidós.
3 : Wedekind Fr., El despertar de la primavera, una tragedia de juventud. Editorial Quetzal, 1954

 

FUENTE: Lacan Cotidiano

Imagen portada: Kyle Bean

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