OSCAR MASOTTA, HACEDOR DE MUNDOS REVOLUCIONARIOS

Por Cristian Rodríguez

Desmaterializar

En el curso de este año, pudimos disfrutar de la increíble muestra sobre Oscar Masotta en la sala Pays del Parque de la Memoria de la Ciudad de Buenos Aires. Su obra filosófica, sus trabajos sobre crítica política social y sobre lingüística, su entrecruzamiento con las formas más populares, incluso las reaccionarias del arte -para desarmarlas-, ligadas a la historieta y al Pop, a la cultura del consumo y la publicidad, la intersección discursiva con el Instituto Di Tella y la acción del happening, como estructura y estallido que interpela -potencialmente- el status quo de lo establecido de la cultura de masas, es decir como crítica social y cómo discurso político, la innovación teórica por su introducción en Argentina del psicoanalista Jaques Lacan y su obra novedosa, sus grupos de lectura, transversales, y en dónde la coordinación de esa práctica de lectura se realiza al modo -adelantado- del “más uno” lacaniano en la experiencia de escritura nombrada cartel. Forjando incluso un concepto que proviene de su crítica al Arte Pop y su implementación por su dimensión fuertemente social y política, ese concepto genial que nombra “desmaterializar”, “nosotros desmaterializamos” -anticipando, también, lo que Lacan cotejaría en su último Seminario de 1980: Disolución.

¿Pero qué supone desmaterializar, en el corazón del gobierno de facto de Onganía y de las sucesivas proscripciones de las que es objeto el peronismo, y por extensión la política, como práctica del lazo social interpelado a partir de los modos de funcionamiento de las estructuras de poder, a partir de las que es posible analizar y producir una crítica política? Desmaterializar es tanto desmontar, disolver, como retomar la pregunta fundacional de la practica psicoanalítica sobre una revolución del discurso respecto de la posición de un sujeto en su política libidinal. Eso que propone el psicoanálisis, precisamente, respecto de la responsabilidad clínica de la presencia del analista en una cura y en la transferencia. Curiosamente, lo que Masotta desarrolla, no es la escuela de psicoanálisis muerta o momificada, ni el discurso anestesiado de la mismidad reiterada hasta el infinito, variantes del Discurso Amo y de la burocracia del saber, sino un retomar eso que precisamente define la función de un sujeto político en la cultura contemporánea -y que dio título a esta muestra histórica-: “una teoría en acción”. 

Desaparecido parcial

Oscar Masotta fue sometido a la proscripción y el exilio, y pagó con una muerte prematura que truncó su vida en Barcelona, impedida su función de analista, afectado de un cáncer de garganta que no lo deja hablar ni atender. Brutal “deja vú” predisponente -holofraseado, señalaría el mismo Lacan, incluso ligado a las identificaciones masivas-, en las sombras de ese otro cáncer célebre del fundador del psicoanálisis: el cáncer de garganta de Freud. Una vez más los albores del psicoanálisis retornan en ese sueño fundacional, también del mismo Freud, “el sueño de la inyección de Irma”, no sólo adentrándose en los “horrores” de la sexualidad femenina, sino sentando las bases del psicoanálisis como práctica de lo real.

Masotta padeció el destino de las voces perseguidas durante la última dictadura cívico militar. Esa correlación entre proscripción y mutismo configuran un tipo de exilio que desencadena una desaparición parcial, pero no por eso menos letal. Este tipo de desaparición no es física o sólo física, sino ideativa.

Una desaparición parcial se define por su condición de exilio interior. Parcial no supone aquí la condición del objeto parcial, sino una parcialidad en la relación de objeto, un cierto tipo de “desenlace” que en realidad supone una huida del circuito pulsional. ¿Interior entonces a qué?

Todo exilio concierne a una interioridad, ya que el exilio es concéntrico, va contra el deseo, y por esto resulta profundamente destructivo y arrasador. No sólo es un antivitalismo, que podríamos ubicar como un destino pulsional ligado a eso que Freud nombró “vuelta sobre la propia persona”, sino que es una antipolítica por la cual se niega la dimensión de la palabra y la función del significante en su relación con la división subjetiva. La política es determinante en la producción de subjetividad -cuestión ostensible cuando vemos llegar a esos pacientes sin motivación, levemente incómodos, arrastrando esas depresiones enmascaradas que “ no son nada”, “en realidad no me pasa nada”-, y cuando esa dimensión política se censura, se proscribe o simplemente se niega y se extingue en la serie de los consumos automáticos, estamos frente a esa serie de padecimientos que ya no son del decir ni de la inervación de órgano, que no se nombran de ningún modo salvo como “nadería”, “nada pasa”, y arrastran al sujeto alienado hacia los abismos de la serie de los fenómenos psicosomáticos.

Happening

El deseo, por el contrario, es excéntrico, impredecible en su indeterminación estructural. El deseo está ligado y refilado al arte y a sus mecanismos de producción, incluso en su vertiente y dimensión más enajenada.

El arte, pensado de este modo, es un hecho revolucionario.

El pensamiento es «eso», incluso por lo que prefigura de éxodo. Pero este es en todo caso un éxodo del movimiento exterior propio del deseo. Es, asimismo, ese éxodo fundacional que concierne a la función del significante, que el psicoanálisis recupera como función simbólica y la antropología nombra exogamia.

El pensamiento, tal como lo entiende el psicoanálisis desde la «razón de Freud», es “eso” por externo, ligado al deseo, a la razón desde Freud y no a la razón categorial, en el afuera ineludible de la división subjetiva. Es decir, este pensamiento, de índole inconsciente, como cualidad inconsciente por su fundamentación metapsicológica, es excéntrico. Jamás podrá ligarse a esa ratio de la razón categorial que es heredera de la razón de la revolución industrial -y no de la producción de subjetividad-.

Esa producción de subjetividad es por definición revolucionaria, un acto revolucionario, es en sí misma una invención. No hay subjetividad sin la responsabilidad sobre la dimensión política que en este proceso de producción -que es asimismo tecnológico, una cierta tecnología del significante- se pone en juego. La responsabilidad y la potencia de producir sujeto, que no sea otra que su definición y delimitación como dimensión política, sujeto que no sea otro que sujeto político, y como tal productor -en esa dimensión política- de un acto revolucionario. Este acto revolucionario no es solo para sí, solo para el individuo, sino que lo es, fundamentalmente, para el sujeto del inconsciente, y en su proyección social ineludible, en la amarradura con el lazo social, define las marcas con la comunidad, como tejido comunitario potencial.

En esta misma dirección, el happening es una intervención en lo real del síntoma, es un tipo de lazo social determinante si hacemos de él herramienta de provocación, es decir de enunciación subjetiva y de anunciación del discurso, apelación a la falta en ser y a la posición del sujeto atravesado por la dimensión política, historizada, ligada al contexto y a la época, siempre actual, analizadora de los fenómenos que acontecen en el campo social. A partir de estos, el hapenning resulta una herramienta similar al psicoanálisis, ya que pone en evidencia un artificio transferencial -entre el auditorio y el sujeto del discurso- para producir una transformación en el estado del campo.

En este sentido, la definición de Masotta al respecto de las propuestas de sus propios happenings, entre los que se encuentra “El Helicóptero” -posible anticipación lógica de la problemática del desaparecido-, son explícitas: “mi happening, repito ahora, no fue sino un acto de sadismo social explicitado.”

Es decir, una provocación en los diferentes niveles de discurso por sus alcances políticos y sociales.

El psicoanálisis como Por Art. El producido subjetivo

Cierta cuestión del deseo, en esta dimensión política que adquiere el campo a partir de su interpelación por el discurso psicoanalítico y por la presencia del analista como propulsor del acto psicoanalítico, al mismo tiempo escande el pensamiento que es propuesto a la relación de fuerzas del mercado como simple herramienta tecnológica. Ante estos objetos tecnocráticos y producidos tecnológicos de índole industrial, por el contrario, el producido subjetivo es un tipo de tecnología que antecede y no se pliega jamás al montaje capitalista y su reducción a “objeto de utilidad”. Por el contrario, el objeto del psicoanálisis, definido por su negatividad, por su condición de falta en ser, por su inespecularidad y por su indeterminación, es objeto suelto y no objeto determinado, objeto caído y no objeto erigido, objeto desprendido y no objeto acumulado.

Dos posibles referencias sobre arte y happening, sobre arte Pop: el montaje en lienzo u otro soporte material, donde ese produce un matiz a partir de los colores primarios como una línea de montaje transformada, no utilitaria, sino creadora. Siguiendo la línea propuesta por Masotta de un arte en acción, se produce la imprimación y la huella del objeto industrial, pero no se pretende ya allí el arte como proceso industrial convencional, sino siguiendo, una vez más, sus parámetros creadores a partir de la interrogación a la materialidad del objeto situado en esa experiencia. Ese objeto por efecto de dicha interpelación, devendrá objeto político. Una transformación del objeto a partir del lazo puesto allí en juego como política libidinal.

El Pop Art de algún modo queda ligado a una acción que pone en juego la imposibilidad de la totalidad de la experiencia, por su propia definición está ligado al escotoma como disociación en la relación entre sujeto y objeto. Es por lo tanto una oportunidad de interpelación política, una experiencia y una propuesta estética que se pretende en el campo y que, por su propio lance instantáneo, se reconoce como experiencia no totalitaria y disociada. Permite establecer la posición del significante en la serie lingüística -en el lienzo/ soporte del objeto de arte del que se trate en cada caso- como división entre objetos de enajenación de la cultura y procesos de producción. Oportunidad de dividir las aguas y producir una crítica del status quo en la colección do objetos de mercado. A partir de su división avanzamos en la dimensión política del psicoanálisis y del Pop Art, más allá de su lance fundacional que pretendía una interpelación de estos objetos de uso social, pero neutralizados de su fundamento político y de su condición de objetos de consumo, y por ende objetos de enajenación subjetiva.

Condición aplastante y acomodada del objeto burgués, y de cómo el modo burgués se abroquela sobre la lógica y la dinámica de los lazos contemporáneos capitalistas.

¿Y no es acaso, ésta, la posición en la que llegan los pacientes afectados de esa “nada” adormecida y entumecida, como objetos de consumo y de enajenación política?

Fuente: Polvo

Fotografía: Cloe Masotta

Cristian Rodríguez, EPC -Espacio Psicoanalítico contemporáneo-, L’IGH -Le Institute Gérard Haddad, Parque de la Memoria de la Ciudad de Buenos Aires

Psicólogo en León

   Gran Vía de San Marcos 3  - 24001, León

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