Sobre el sentimiento de soledad

CLÍNICA

 PSICOLOGOS LEON | SOLEDAD
 
Vicente Palomera
 

La precariedad del lazo social

De manera cada vez más descarnada se comprueba de manera creciente la precariedad de los lazos sociales, ya sean lazos familiares, de pareja, de trabajo. Hoy existe un clamor general que deplora la creciente fragmentación de los lazos sociales.  Esta conciencia de precariedad es pues uno de los rasgos sobresalientes de nuestra época.

El resultado más patente de la fragmentación del lazo social es el sentimiento de soledad creciente. Se trata de una soledad forzada, ya que el capitalismo actual convierte a cada individuo en el agente y, por tanto,  en el responsable directo de sus lazos sociales. En efecto, cada uno debe hacerse cargo del lazo social y ello nos parece normal, pero vale la pena recordar que no siempre ha sido así, que han habido épocas, en las que el problema de los individuos era saber cómo escapar a la obligación de los lazos prescritos, estereotipados y del control social que implican. Nos encontramos en otro escenario, un escenario donde el problema ya no es cómo salir del lazo social, sino cómo mantenerse en algún tipo de vínculo que pueda durar algún tiempo. 

La invención de la soledad

La soledad como problema humano, apareció en el siglo XVIII. Surgió como un hallazgo: el hombre podía estar solo consigo mismo. Fue la época de la aparición del personaje de Robinson Crusoe. Los ricos británicos pagaban a gente para vivir sola durante años en sus parques –”soledades” era el nombre de esos lugares– y luego se les pedía que relataran su experiencia. Esta invención fue de la mano de otra invención, la del sujeto moderno, por Jean-Jacques Rousseau.

El adjetivo “solo”, que deriva del latín solus,  hace referencia a quien está sin compañía, separado de los otros, sin vínculos familiares habituales, sin ayuda. Por su parte, el término “soledad” surge en el siglo XIII ligado a la situación de una persona que está sola de manera momentánea o durable y asociado al aislamiento, al estado de abandono y a la separación. La “soledad” no presenta de modo sistemático una connotación negativa. Alfred de Vigny, poeta romántico, declaró: “Sólo la soledad es la fuente de las inspiraciones. La soledad es sagrada”. 

La capacidad para estar solo

Se ha señalado que nos encontramos en la época del Otro que no existe,[1] donde los ideales no tienen una función reguladora y en la que la soledad misma se vuelve problemática. 
El psicoanálisis reconoció tempranamente que la capacidad de estar a solas es el resultado de un proceso complejo. “Estar solo” es algo que se aprende. Como saben todos los educadores, uno aprende a estar solo, a soportar el sentimiento de soledad y también a aprovecharlo de la buena manera. Fueron los psicoanalistas anglosajones quienes dedicaron más interés a estudiar los diferentes rostros del aislamiento y de la soledad, destacando que lo que nos permite estar a solas es la capacidad que disponemos de separarnos de aquello que nos solicita.
Por ejemplo, en 1957, Donald Winnicott escribe que “la capacidad de estar verdaderamente solo constituye un síntoma de madurez de por sí, esta capacidad tiene por fundamento las experiencias infantiles de estar a solas en presencia de alguien”.[2] La idea de Winnicott es que la soledad es algo que se construye. La soledad es un producto: poder estar solo con alguien supone haber conseguido una cierta paz al nivel de las pulsiones sexuales y destructivas y alcanzar esa parte de la vida pulsional que no es ni excitación ni estimulación. En suma, adquirir la soledad implica haber salido de los requerimientos del mundo de las fantasías inconscientes.
En 1963, la psicoanalista Melanie Klein escribe un texto célebre titulado On solitude [3], en el que habla de una soledad que no significa estar privado de compañía. Por otro lado, hace una interesante observación clínica al referirse a la fantasía universal de tener un hermano gemelo, fantasía sobre la que el psicoanalista Wilfred Bion ya había llamado la atención en su trabajo sobreEl mellizo imaginario.[4] Melanie Klein arroja una nueva luz sobre la soledad infantil: no  se trata tanto de la falta de amigos lo que está en juego, sino el hecho de que una parte de sí mismo no está disponible para el niño y esa “indisponibilidad” haría que algunos niños fuesen más susceptibles a la dependencia del Otro.
Blaise Pascal había señalado que “todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación.” 
 
En otras palabras, lo que permite estar solo es la capacidad de separarnos de lo que hace gozar o de lo que excita: ya sean las actividades, los padres para los niños, los semejantes para los mayores, pero también las fantasías y todas las fuentes de estimulación, incluso tóxicas.
Pero, es importante no confundir la soledad con el aislamiento. De hecho, aislarse es un modo de evitar la soledad. La soledad no excluye necesariamente al Otro, como ocurre cuando uno se aísla de los demás. Podemos aislarnos de muchas maneras, sin que haya la mínima realización de la soledad. El aislamiento es un muro que paradójicamente va extendiéndose en nuestro mundo cada vez más global, en el que ya no se sabe dónde comienzan y terminan las fronteras y en el que cada individuo se ve a sí mismo como un islote en un archipiélago de soledades.
Por tanto, no es lo mismo “estar solo” que “sentirse solo”, como tampoco tener muchos amigos significa no estar solo. Lo que cuenta en todo esto es la intensidad y satisfacción en la relación con los otros. La dificultad para estar solo, tanto como las dificultades para relacionarse con otros, forma parte de los aspectos centrales de la soledad.
La falta de capacidad para estar solo puede ir desde la evitación de la soledad hasta el refugio en la soledad. Las sujetos aislados suelen tener escasa capacidad para estar solas[5], de hecho temen estar solas. La situación displacentera creada les lleva a buscar contactos sociales para romper el aislamiento. Pero la desesperación les lleva a implicarse en relaciones que, cuando fracasan, acentúan el sentimiento de soledad.

 
[1]Miller, J.-A., El Otro que no existe y sus comités de ética, Paidós, Buenos Aires, 2005.
[2]Winnicott, D.W., “La capacidad para esta solo” (1958), en: D.W. Winnicott. Biblioteca de psicoanálisis, RBA Coleccionables, 2007, volumen I, pp. 457-465. [El subrayado es nuestro]
[3]Klein, M., “El sentimiento de soledad”, en: Obras Completas, 3, Paidós, pp. 306-320.
[4] Bion, W. R. (1950), “The imaginary twin”, Second Thoughts, 1967 (hay versión castellana en Editorial Hormé, Buenos Aires).
[5] Winnicott, D.W. Op. cit.
 
 
Fuente: AMP
 
Foto Portada:  Jessica May Rita Kohut
 
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